Siempre he pensado que ser elegante es una actitud ante la vida. No tiene nada que ver con la ropa que llevas, ni con el coche que conduces, ni con el vino que pides en los restaurantes… Solo los paletos intentan parecer elegantes a través de esos subterfugios. Ser elegante es hacer sentir cómodo siempre a cualquiera que esté contigo, sea un catedrático o un mendigo. Y, por supuesto, con absoluta discreción; la exageración y la elegancia son incompatibles.